sobre la eternidad del amor (y otros miedos)

Floreana Alonso
5 min readNov 28, 2021
arte de lee kyutae

En mi escritura hay un patrón muy evidente, y es que me gusta empezar las cosas con “a veces”. Me tuve que contener para no empezar esto con “a veces”. Creo que me entusiasma la idea de que algo sucede de vez en cuando, pero no es necesariamente algo definitivo: a veces, pasa esto. No siempre, pero tampoco nunca. A veces me siento así, a veces me siento asá, a veces vivo esto: no son emociones permanentes, son situaciones que se transitan y desaparecen; quizás agregarles un “a veces” a “me siento triste”, “me siento inundada”, “me gustaría convertirme en un pomelo e irme a dormir”, “me gustaría tragarme todos los saquitos de té que alguna vez usé y ver si así me siento llena otra vez” le quita seriedad o peso al asunto. Es como que, sí, me sentí así de intensamente, pero ya pasó, y quizás vuelva a pasar, pero no es parte total de mi esencia. No es quien soy. O eso intento decirme.

Entonces iba a contar que a veces extraño a las personas que alguna vez me hicieron sentir llena, como busco que lo hagan los saquitos de té. A veces tengo miedo de que las personas que hoy me hacen sentir llena algún día sean solo un recuerdo cuando me subo al tren, una risa que me hace darme vuelta en un aula de la facultad, un café que no puedo volver a pisar porque me hace sentir asfixiada. A veces, tengo miedo de que me olviden. A veces, tengo miedo de pasar a un segundo plano intrascendente, un plano lejano donde ni siquiera mis canciones favoritas que suenan de casualidad en la radio les hacen acordar a mí, o mi parada del tren o mi línea de subte favorita. A veces, cuando me voy a dormir, pienso, ¿y si mañana nadie sabe quién soy?

Así que hoy, cuando encontré la frase “There is no end to love. It’s an eternal river.” (más o menos: no hay un final para el amor. es un río eterno) y en mi mente la asocié a un tweet de Hozier que me repito como un mantra, “Oh yeah things are shitty all over but that lingering 20 year knowledge of your old childhood friend’s land-line number can only be credited to love’s enduring nature”, de Hozier (más o menos: ah sí las cosas son una mierda pero ese conocimiento que no se desvanece por 20 años del número de teléfono de tu amigo de la infancia solo puede acreditarse a la naturaleza duradera del amor), no pude parar de pensar en esto todo el día. En como, ¿realmente tiene un final el amor? ¿Dónde va a parar todo ese amor que tenemos por la gente, una vez que se van? ¿Qué hacemos con todo eso? ¿Es el amor algo que puede medirse en el tiempo, que de manera tangible podemos decidir si se acabó o no? Si efectivamente pudiese acabar, ¿a dónde iría?

Intento encontrar todos esos amores que alguna vez me llenaron, y pienso que quizás el amor por mis amigas de la infancia está en que todavía canto a los gritos sus canciones favoritas. Quizás en cómo todavía me preparo la chocolatada como lo hacía la mamá de uno de mis amigos que falleció hace unos años. Quizás está en los mimos que me hago cuando estoy triste, en ver alguna película que alguna vez me hizo sonreír con alguien cercano, en siempre separar gajitos de mandarina porque sé que a mi amiga de la primaria le gustaba robarme algunos. Quizás el amor no se acaba nunca sino que vive, permanentemente, en la manera en la que bailo cuando nadie me mira, en la forma en la que me abrazo cuando tengo miedo antes de dormir y en cómo freno en el medio de la calle para gritar ¡mirá, la luna nos sigue! como lo hacía una de mis vecinas. Quizás el amor dura para siempre y sólo cambia de forma, se transporta a los poemas que escribo y a las canciones que me hacen llorar y las flores que me robo para mi herbario. Quizás no me acuerde de qué lado les salía un hoyuelo al sonreír, no pueda recordar exactamente dónde tenían cosquillas; es probable que yo ya no sea más que un recuerdo difuminado, una foto gastada por el tiempo olvidada en el fondo de algún cajón. Quizás no sepa quienes son ahora. Quizás no las reconocería en un boliche lleno de gente. Y sí, quizás quizás quizás, pero también creo que cada te quiero que pronuncio ahora es un eco de todos los te quieros que pronuncié alguna vez. Que cada te quiero y beso y abrazo y sonrisa que se me escapa existe hoy por todo el amor que alguna vez me llenó. Que cada vez que abrazo a mis amigas, estoy abrazando a todas las amigas que me hicieron sonreír después de un día triste, que me acompañaron a la parada, que se fueron antes conmigo de algún lugar porque me sentía mal, que me acompañaron al baño y lloraron conmigo cuando fue necesario. En cada una de mis risas, está el recuerdo de todas las otras compartidas con personas que ya olvidé sus olores y sus mañas, pero que ayudaron a construir mi corazón y llenarlo de todo lo que tiene para dar hoy.

Y da miedo la idea de que una amistad, una pareja o incluso un vínculo familiar no sea eterno. Da miedo porque sabemos el peso enorme que cargan en nuestros corazones, todo el amor que nos llena y se nos escapa por todos lados que tiene su nombre tatuado. ¿Qué vamos a hacer con todo ese amor, dónde lo vamos a poner, dónde vamos a guardarlo si estas personas se alejan lo suficiente para que no sepamos distinguirlas? Lo que vamos a hacer es llenar el mundo con ese amor. Lo vamos a poner en cocinarnos nuestra comida favorita, en tomar un buen licuado en verano, en llamar a alguien y reírnos a los gritos. Vamos a llenar el mundo de ese amor y vamos a bailar al ritmo de las sonrisas que alguna vez compartimos. Quizás duela, quizás me rompa a pedazos, quizás me olvide cómo volver a levantarme. Pero, ¿el amor? Eso hay de sobra. Eso no se acaba. Y siempre nos vamos a reencontrar con esos amores con olores a nostalgia, aunque sea en una taza de chocolatada con más cucharadas de azúcar de las que te gustan.

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Floreana Alonso

Estudio Letras en la UBA, me gusta hablar sobre sociolingüística y escribir sobre todo lo que alguna vez sentí. Sueño con ver el mundo como Mary Oliver.